Gloria Fuertes
Cangura para todo. Selección
Sonó el timbre.
El señor abrió la puerta.
La escalera estaba muy oscura.
Alguien, con un pañuelo atado a la cabeza, le entregó una tarjeta que decía:
«SE OFRECE CANGURA MUY DOMESTICADA PARA
DOMESTICA»
-Pase, por favor; llevamos un mes como locos sin niñera ni cocinera. Siéntese.
El señor abrió de par en par la ventana y de par en par los ojos.
Ante él tenía un canguro imponente.
-¡Pero bueno! ¿Pero cómo? ¿Pero cómo ha llegado usted aquí?
-Pues saltando, saltando, un día di un salto tan grande que me salté el mar.
-¡Clo ! ¡Clo ! -el señor parecía que iba a poner un huevo, pero era que llamaba a
su esposa, que se llamaba Dulce Mariana Clotilde del Carmen, pero él, para
abreviar, la llamaba Clo.
Apareció Clo y desapareció al mismo tiempo gritando:
-¡Dios mío, hay un canguro en el sofá! ¡Un canguro!
-Cangura, señora, cangura, soy niña -aclaró el animalito, estirando sus orejas y
lamiéndose las manos.
-¡Ven, Clo! Ten confianza...
Volvió a aparecer Clo muerta de asombro.
-Mírala bien, parece limpia y espabilada, además a los niños les gustará; yo creo
que conviene que se quede en casa.
Clo, la señora, miraba a la cangura de reojo, tragando saliva...
-¿Cuál es su nombre? -preguntó por preguntarle algo.
-Marsupiana, para servirles.
Y la cangura se quedó en casa para servirles.
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