Leer y buscar en le diccionario.
Para el martes 30
El hombre que aprendió a ladrar
Lo cierto es que
fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desaliento en los
que estuvo a punto desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo
aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer los chistosos o se
creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese
adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: “La verdad es que
ladro por no llorar”. Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi
franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación; ¿Cómo amar
entonces sin comunicarse?
Para Raimundo
representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo,
su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de
Leo. A partir de ese día, Raimundo y Leo se tendían por lo general en los
atardeceres, bajo la glorieta, y dialogaban sobre temas generales. A pesar de
su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera
una tan sagaz visión de mundo.
Por fin, una tarde
se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: Dime Leo, con toda franqueza: ¿qué opinas de
mi forma de ladrar? La respuesta de Leo fue escueta y sincera: Yo diría que lo
haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te
nota el acento humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario