Sandokán. Emilio Salgari
Entonces observó minuciosamente la habitación. Era amplia, elegante, y la
alumbraban dos grandes ventanas, a través de las cuales se veían árboles muy
altos. En un rincón vio un piano, sobre el cual había esparcidos papeles de música;
en otro, un caballete con un cuadro que representaba una marina; en medio, una
mesa con un tapete bordado; cerca de la cama, su fiel kriss, y al lado un libro medio
abierto, con una flor disecada entre las páginas.
Escuchó a gran distancia los acordes de una mandolina.
—¿Dónde estaré? —se preguntó—. ¿En casa de amigos o de enemigos?
¿Quién me ha curado la herida? Empujado por una curiosidad irresistible alargó la
mano y cogió el libro. En la cubierta había un nombre impreso en letras de oro.
—¡Mariana! —exclamó leyendo—. ¿Qué querrá decir esto? ¿Es un nombre,
o una palabra que yo no comprendo?
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