CIEN AÑOS DE SOLEDAD. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Fue esa la época en que adquirió el hábito de hablar a solas,
paseándose por la casa sin hacer caso de nadie, mientras Úrsula y los
niños se partían el espinazo en la huerta cuidando el plátano y la
malanga, la yuca y el ñame, la ahuyama y la berenjena. De pronto, sin
ningún anuncio, su actividad febril se interrumpió y fue sustituida por
una especie de fascinación. Estuvo varios días como hechizado,
repitiéndose a si mismo en voz baja un sartal de asombrosas conjeturas,
sin dar crédito a su propio entendimiento. Por fin, un martes de
diciembre, a la hora del almuerzo, soltó de un golpe toda la carga de su
tormento. Los niños habían de recordar por el resto de su vida la
augusta solemnidad con que su padre se sentó a la cabecera de la mesa,
temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono
de su imaginación, y les reveló su descubrimiento:
—La tierra es
redonda como una naranja.
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