martes, 26 de enero de 2016

Para el lunes 1 de febrero

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Dédalo e Ícaro

Hace miles de años, el rey Minos reinaba en Creta, una bella isla del mar Mediterráneo. Un día
encargó a Dédalo, arquitecto e inventor, construir un laberinto del que fuese imposible salir. Así lo
hizo. En ese laberinto vivió hasta su muerte un monstruo llamado Minotauro, mitad hombre mitad
toro, que devoraba seres humanos.
Un día, el rey Minos se enfadó con Dédalo y mandó que fuese encerrado en el laberinto junto
con su hijo Ícaro.
Sabiéndose perdidos e incapaces de orientarse en los pasillos y galerías del laberinto, Dédalo discurrió
otro modo de salir de allí: saldrían volando.
Dédalo construyó dos pares de alas. Utilizando cera, pegó plumas a las alas y estas a sus hombros
y a los de su hijo. Antes de emprender el vuelo, Dédalo advirtió a Ícaro que no volase muy alto
porque el sol derretiría la cera de sus alas y caería. Comenzaron a volar y a Ícaro le gustó tanto que,
olvidando el consejo de su padre, se elevó cada vez más. Su padre le llamó desesperadamente para
que descendiese pero Ícaro, entusiasmado, no le prestó atención. El sol era cada vez más fuerte. Ícaro
siguió ascendiendo. Sus alas comenzaban a derretirse. El calor aumentaba cada vez más. Ícaro
subió y subió y el sol fundió sus alas. Entonces cayó al mar desde gran altura y se ahogó.

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